«Algunas personas quieren que algo ocurra, otras sueñan con que pasará, otras hacen que suceda” Michael Jordan.
En cuantas ocasiones nos hemos encontrado en esta tesitura; estudiamos la situación, calibramos riesgos, valoramos causas, pensamos y repensamos, soñamos y nos estancamos ahí.
Al no tomar una decisión experimentamos frustración, y este sentimiento empeora las cosas, dejándonos sin energía y creando un círculo vicioso, donde buscamos soluciones perfectas y seguridades imposibles.
Propuesta 1
TODO IRÁ BIEN
¿Que pasaría si partimos de la base de que la decisión que tomemos estará bien? Tu mente puede responder que eso no es objetivo, que es autoengaño. Vuelven los juicios y la autoexigencia.
O tal vez responda con el sentimiento de confianza y paz que está afirmación conlleva.
Y en realidad, claro que lo estamos haciendo bien al decidir hacer algo diferente a quedarnos en el mundo de las ideas. Con la decisión creamos un círculo virtuoso, nos movemos hacia la acción, lo que nos genera ilusión, motivación y energía. Es ahí donde suceden cosas muy valiosas, exitosas o no. En el segundo caso pasan de ser fracasos a experiencias clarificadoras.
En palabras del empresario americano Henry Ford sería: “El fracaso es, a veces, más fructífero que el éxito”
O, como diría el inventor de la bombilla, Thomas Alba Edison: “No fracasé, sólo descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla”
Me encanta esta frase y nadie puede afirmar que no sea pura objetividad.
Lo que realmente importa, es que nos atrevamos a vivir y experimentar; a no ser meros espectadores. O nos atrevemos a hacer cosas y triunfar o nos sentamos a ver cómo los demás las hacen y triunfan.
Cuando estamos paralizados con tanta mente, con las llamadas rumiaciones, creencias inválidas, etc., es como si tuviéramos un coche que no utilizamos porque podríamos pinchar una rueda y simplemente no circulamos, no nos movemos. Estamos así, dejando de ver otros espacios, otras posibilidades y otras probabilidades distintas de las que nos presenta la bien llamada visión túnel, donde estamos aparcados; las orejeras de las mulas.
Si nos movemos, nos dará el aire, veremos más cosas y sentiremos y reaccionaremos ante estas experiencias; se expandirá nuestro pensamiento con la integración de nuevas experiencias y el procesamiento de las emociones que este conlleva; recuperamos la capacidad natural de movernos, de elegir, aumentando nuestro repertorio de herramientas, creando redes neuronales y eliminando bloqueos.
Por otra parte, si no nos gusta la dirección elegida, siempre podremos cambiar de sentido. La única regla de conducción es no quedarse viendo la señal por mucho tiempo. Porque si a nuestro cerebro le pedimos que encuentre razones para no ir en esa dirección, hará su trabajo. Esto es como discutir; cuando defiendes un punto de vista, al terminar la discusión tienes muchos más argumentos que cuando comenzaste.
Además de neuronas, tenemos otro tipo de células en nuestro cuerpo y extremidades como piernas y brazos que aman el movimiento y fluir en el espacio ya que fueron diseñados para eso, y un corazón que necesita bombear sangre activada desde la novedad y no desde la monotonía.
Vale, logramos activarnos. Es ahí donde nos topamos con nuestro segundo enemigo, el deporte nacional, la envidia. No sólo tenemos que silenciar a nuestra mente sino silenciar las voces externas que, por sus propios miedos, no permiten que los demás sigan sus sueños. Esas voces nos interrumpen, nos distraen de nuestro objetivo.
Propuesta 2
Desoír esas voces y abrir bien nuestro campo visual para admirar a quienes ya lo han logrado, o lo están intentando. La cura de la envidia es la admiración.
Fijarnos en quien lo ha logrado y entonces sí, analizar cómo lo ha hecho; desde la admiración, desde el aprendizaje, creyendo que “si el pudo hacerlo, yo también puedo”.
Tal vez puedo preguntarle cómo lo hizo, no desde la envidia que dice “él lo tuvo más fácil”, “seguro que tiene padrino…”
Puede ser gente de nuestro alrededor o puedes leer biografías inspiradoras. Ahí os comparto uno de mis favoritas. Tengo muchas. Se trata del mejor anotador de la historia del basketball, el gran Michael Jordan, que nos regala reflexiones tan potentes como:
“Nunca pienso en las consecuencias de fallar un tiro; cuando se piensa en las consecuencias, se está pensando en un resultado negativo”.
Nada que agregar; lo dice todo. La segunda no es menos profunda.
“Sólo juega, diviértete, disfruta el juego”.
Son sólo dos propuestas: todo irá bien y admira a quien lo ha hecho ya, que más que propuestas, son claves para no caer en la parálisis del análisis.
No hay forma de equivocarse; ¡haz que suceda!. De esta forma no perdemos el tiempo porque, el único tiempo perdido, es el no vivido.
Luisa Aluy Cofrades