Hay muchas formas de destruirnos y aniquilarnos y una de las más directas y efectivas es el aislamiento emocional. Nos relacionamos por necesidad no por elección, por que es, entre muchas cosas, lo que asegura nuestra supervivencia y da sentido a nuestras vidas.
Este final de 2020 que estamos viviendo y en muchos casos sobreviviendo a la pandemia, encontramos sentimientos agridulces o directamente amargos, no solo en lo referente a nuestro bienestar y salud física; también en lo referente a nuestra salud mental.
¿Ha habido un incremento en los problemas de salud mental?
Es evidente que no ha sido fácil para ninguno digerir esta vorágine de cambios y acontecimientos. El estrés y la ansiedad son las respuestas más comunes ante la situación actual. Lo raro sería no encontrarse mal ante esta situación. Sin embargo, hay ciertos grupos como los adolescentes y los jóvenes que, por hallarse en esa etapa de sus vidas, tienen ciertas tareas de gran importancia que afrontar y estas se están viendo interrumpidas, cuando no impedidas, por esta situación.
¿Qué tareas son esas?
En la adolescencia, además de los cambios en los niveles de madurez neuronal y sexual, se experimentan estados de angustia, los sentimientos brotan fuertes e intensos, casi incontrolables. Una nueva identidad se está creando y parte de su expresión es el alejamiento físico y emocional respecto de los progenitores y la identificación con su grupo de iguales; la unión a una nueva tribu.
Con las circunstancias presentes, este enorme grupo de personas no está encontrando ese espacio. Los tenemos en el hogar-nido de infancia cuando anhelan aventuras en el mundo exterior. La gran parte de sus clases son online con imposibilidad de reunirse y un férreo control de sus actos y desplazamientos hace que se sientan juzgados, desencantados, desanimados y especialmente desconectados entre sí.
Una fuente ya no de bienestar, sino de supervivencia, es identificarse con un grupo de iguales, que forma el nuevo centro de su vida; los amigos.
Las restricciones sanitarias provocan la falta de vínculo cuando, en esta etapa, necesitamos que los amigos nos vean, que se conviertan en figuras importantes afectivas en nuestra vida, necesitamos sentirnos protegidos por ellos y hacer todo lo que no les está permitido: tocarse, abrazarse, reunirse, compartir y enamorarse.
Como consecuencia se están dando aumentos significativos en los cuadros de ansiedad y depresión infanto-juveniles.
Tienen la energía para cambiar el mundo y los tenemos aislados en casa, en cárceles mentales donde la soledad, la tristeza y la incertidumbre por el futuro les pasa factura día tras día. Necesitan ver plasmada una separación clara entre la dependencia del niño y las nuevas responsabilidades ante sí. Sin embargo tienen que cumplir las restricciones sanitarias pero…, ¿qué alternativas tienen?
“No se puede detener una catarata pero si se puede aprender a encauzar su caudal y aprovechar su fuerza.” Daniel J. Siegel.
Es importante empatizar con ellos, tienen todo el derecho a estar enfadados pero no a tratar a los adultos como sacos de boxeo o saltarse las normas. Hay que ayudarles a tranquilizarse, a gestionar sus sentimientos de soledad o cualquier sentimiento desagradable. Hay que apoyarles y ofrecerles experiencias novedosas, creativas, abrir sus campos de actuación y cederles espacios de responsabilidad, optimizando así la esencia de la adolescencia.
Debemos ayudarles a pasar el túnel con una adecuada gestión emocional.
Es una excelente oportunidad para desarrollar la resiliencia y aumentar la tolerancia hacia la incertidumbre, creando adultos menos ansiosos, porque sabrán moverse ante cambios continuos.
Es en los tiempos difíciles cuando nos familiarizamos con la decepción, la frustración y el sufrimiento. Conocerlos nos hace emocionalmente más fuertes y completos, pero una mano ha de estar disponible para evitar consecuencias indeseables.
La salud mental no es sentirse bien todo el tiempo. Los psicólogos sabemos que la salud mental radica en permitirse sentir una emoción, en el momento preciso, con la persona adecuada y en la medida exacta y saber gestionar este cóctel.
En este momento, nada de lo que antes nos garantizaba el bienestar funciona de la misma manera, pero si somos capaces de gestionar la incertidumbre no tendremos temor y evitaremos la parálisis que provoca.
Una interacción positiva familiar es indispensable. Hay que llevarse bien en casa, involucrarlos en la vida familiar, mantener la conexión, no cerrarse, mantener abiertos canales de comunicación y abrir muchos más.
Por otra parte, debemos mostrar a nuestros jóvenes que pasar tiempo con sus pensamientos no es sino una oportunidad para explorar rincones de su vida emocional, sus anhelos; un hermoso tiempo de reflexión para continuar después con mayor seguridad.
Y para los demás… ¿alguna recomendación?
Por supuesto; las que me enseñan mis pacientes día a día. Ya que somos el resultado de nuestras relaciones, debemos crear vínculos de calidad. Para ello hay un ingrediente indispensable: la dulzura, que es la poderosa combinación entre la gentileza, la suavidad, la amabilidad y la bonhomía. La dulzura es la respuesta ante la que hemos estado sordos. Nadie la rechaza y es para cualquier edad. Abandonemos la queja continua y empecemos el año con un rostro dulce. Yo recomendaría disolver la rabia en dulzura, una dulzura anfitriona y generosa, de palabras dulces y de dulce mirada.
Cuando bajamos nuestras defensas neuróticas nos sentimos en paz, desaparece el miedo, nos abrimos al amor y surge la dulzura. Por un 2021 con una mirada más dulce..